Para resolver eso, contamos con el sistema inmune o sistema inmunológico humano, que utiliza diversas técnicas para enfrentar a los patógenos. Pero en ocasiones este sistema no es suficiente para eliminar al agente externo y este se apodera del organismo y se propaga hacia otros huéspedes. De esta forma los patógenos se hacen más fuertes y adaptables de tal modo que puede matar a su huésped.
Los virus de la influenza, por ejemplo, son capaces de evolucionar gradualmente haciéndose cada vez más resistente a los tratamientos. Es por eso que cada año hay una epidemia de gripe en distintos países que debe ser tratada individualmente, dependiendo de la cepa del virus de la influenza que se presente para disminuir así la deriva antigénica.
¿Qué es la deriva antigénica?
Los virus suelen necesitar de material celular para sintetizar sus proteínas y sobrevivir. Es por eso que atacan a otros organismos actuando como parásitos intracelulares. Ser atacado por un agente patógeno como un virus es una condición a la que todos estamos expuestos. Sin embargo, cada individuo cuenta con un sistema inmune propio capaz de atacar estos agentes externos considerados dañinos, protegiendo el cuerpo.
Para eso el sistema ataca agentes externos que puedan causar enfermedades, eliminando su presencia del cuerpo con la creación de anticuerpos. Estos anticuerpos se mantienen en el organismo para deshacerse de la aparición de ese antígeno y disminuyendo las posibilidades de un nuevo ataque. Sin embargo, la estructura antigénica puede cambiar afectando al huésped porque el sistema inmune solo reconoce la estructura patogénica atacada.
La alteración de los genes de dichos patógenos se conoce como deriva antigénica. La deriva antigénica o variación antigénica modifica los genes de los virus, esto permite que el patógeno invada el organismo, porque el sistema inmune no lo detecta, evadiendo sus respuestas y dando paso a una reinfección que generalmente es más agresiva que la infección primaria.
Las vacunas y la deriva antigénica
Las vacunas tienen una función similar que la función del sistema inmune. Se desempeñan como una respuesta inmune adquirida por la estimulación de la producción de receptores, pero sin tener que enfrentar la infección ni afrontar los agentes patógenos para posteriormente, crear los anticuerpos.
Las vacunas, al igual que la respuesta inmune adquirida tras una infección, solo funcionan si la no existe alteración en la estructura del antígeno. Eso quiere decir que si la estructura se ve afectada o sufre alguna alteración los receptores ya no se unirán y sistema inmune no podrá detectar la amenaza. Lo que acarrea que si un paciente ha sido infectado con un virus, tiene posibilidades de enfermarse por segunda vez, proporcionando un problema potencial para la persona infectada.
La deriva antigénica causa una importante y grave preocupación a los especialistas en cuanto a la creación de las vacunas, porque los mínimos cambios de la estructura patológica significan que las vacunas previas no funcionarán. Esto acarrea la creación constante de nuevas vacunas, siempre y cuando aparezca una nueva cepa del virus.
Deriva antigénica del virus de la gripe
La estructura de la superficie de los virus o patógenos de la influenza incluyen la neuraminidasa que es una proteína que ayuda en el proceso de nuevos viriones cuyo proceso de brote ocurre en las células. Además de la neuraminidasa, la superficie tiene también tiene la proteína hemaglutinina que se adhiere a las células epiteliales y facilita la entrada del virus. La influenza puede evolucionas gradualmente utilizando las mutaciones relacionadas con estas proteínas.
Las mutaciones en el ARN son otro factor que permite la mutación de los virus. La gripe puede replicar el ARN aprovechándose de eso para crear mutaciones. Cada vez que ocurre una reinfección por influencia se transcriben incorrectamente 1 de cada 10000 nucleótidos, eso significa que ocurre 1 mutación cada vez que se repite la enfermedad.
El ARN no tiene la capacidad de corregir estas mutaciones y estas llegan a convertirse en cambios genéticos permanentes. Estas diferencias se van acumulando de modo tal que los antígenos producidos son trascendentalmente diferentes de sus ancestros, causando que el sistema inmunitario adquirido no pueda detectarlo.